En la actualidad valores cómo competición,
individualismo y consumismo adquieren una mayor relevancia en detrimento del
esfuerzo, la solidaridad, el compromiso, etc. Se potencian en nuestra sociedad
actitudes que no favorecen el proceso de maduración de los adolescentes y los
jóvenes hacia la vida adulta. Vemos cómo son caprichosos, carecen de respeto
hacia la autoridad, desmotivados por los estudios, etc.
Por otro lado la globalización significa en la vida cotidiana de los
jóvenes hallarse expuestos tanto a constantes y rápidos cambios tecnológicos,
como a modelos de vida notoriamente distintos de aquellos que tuvieron sus
padres.
La adaptación a los cambios se
convierte en este contexto, en la clave principal para el desarrollo y
crecimiento del joven. Éste a través de un proceso de autorregulación le
permite enfrentarse de forma adecuada a los acontecimientos de la vida
cotidiana.
A todo ello, podemos añadir el
hecho de que el tránsito por la adolescencia de las actuales generaciones dura
bastante más que el de sus abuelos. Esta mayor durabilidad obedece
fundamentalmente a la incorporación tardía al mundo laboral, cuyo promedio es a
los 24 años. Hasta entonces, los jóvenes siguen dependiendo económicamente de
sus padres, pero tienen las necesidades de autonomía de los adultos. Con la crisis económica actual, al joven le ha tocado crecer en un
escenario caracterizado por un denominador común que es la incertidumbre.
Con el tiempo, todos vamos
aprendiendo que la calidad de vida y del bienestar social, más allá de un nivel
material mínimo necesario y de unos servicios que garanticen nuestros derechos como
ciudadanos, lo que nos hace realmente sentirnos bien son valores personales
tales como disponer de relaciones sanas, seguridad en uno mismo, respeto,
capacidad de afrontamiento de situaciones difíciles, etc.
Desde la Escuela de Arquitectura de la
Tierra partimos
del convencimiento de que el “cambio” es un elemento intrínseco al ser humano,
necesario para “crecer” y que la pedagogía vivencial es una herramienta
imprescindible para desarrollar tanto las competencias técnicas como las
competencias claves, entendiendo éstas, como valor añadido al proceso de
aprendizaje de las competencias más específicas para la capacitación
profesional, siendo transversales y transferibles a diferentes ámbitos de la
persona y pilar básico para su desarrollo y bienestar personal.